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Estas líneas no están escritas con un
lápiz de tinta política, social ni económica. No obedecen a una agenda
ideológica alguna tampoco. Estas líneas están escritas con un lápiz con tinta
de un ser humano.
No soy nicaragüense. Soy hondureño. Sin embargo,
siempre he visto a Centroamérica como una región de países hermanos. He tenido
la bendición de visitarlos, conocerlos, hacer negocios en algunos de ellos y
estudiar en otros también.
Hoy quiero escribir sobre el hermano
país de Nicaragua y su situación política actual. Sin embargo, cuando uno
escribe de política, de sus participantes activos o de las posiciones
involucradas, algunas pasiones naturalmente se manifiestan y hasta se desbocan.
He hecho mi mejor esfuerzo para que estas líneas no sean escritas con pasión ideológico-política.
No busco escribir para ponerme de lado de con quién soy afin ideológicamente o económicamente.
Conmigo no va el hecho de que, si soy derecha, entonces debo apoyar a la
ultranza la derecha, cerrar la boca a sus atrocidades, flagrantes violaciones a
la ley y perjuicio de la persona humana. No me gusta hacerlo para la derecha ni
para la izquierda tampoco. Trato, con mi mayor esfuerzo, que mi ideología no
comprometa mi respeto sagrado a la ley de Dios y de los hombres, el ser humano
y sobre todo a los principios y valores.
Nicaragua es un país centroamericano con
poco más de 113 mil kilómetros cuadrados y una población poco mayor a los 6
millones de habitantes con un PIB per cápita de 2100 dólares. La pobreza
extrema en áreas rurales podría llegar inclusive al 50% colocándola junto a mi país
Honduras y a Haití como uno de los países más pobres de Latinoamérica.
Sin embargo, para mi sorpresa y la de
muchos, algo cambió en Nicaragua el 18 de abril de 2018 cuando una serie de
manifestaciones en contra de las reformas al sistema de seguro social
terminaron en violencia. Lo que sucedió, es que la violencia no terminó ahí con
ese evento, de hecho, tristemente solo comenzó; aunque dos días después, el presidente
Daniel Ortega, revocara las reformas al decreto problema, la situación
empeoró.
Durante los últimos tres meses, ha
sucedido algo casi inexplicable para mí. He presenciado un cambio, como cómodo
espectador desde fuera, de la Nicaragua de un pasado reciente al día de hoy. La
última vez que viajé a Nicaragua, me encontré con un país en paz, con una “convivencia
armónica” entre la clase empresarial y el gobierno, con una sociedad empezando
a demostrar mayor competitividad y productividad. Vi una Managua diferente, en
la cual hasta me llamaron la atención los majestuosos y bien iluminados Arboles
de la Vida (proyecto inédito de estructuras
metálicas de 15-20 metros de altura de la vicepresidenta/ primera dama Rosario
Morillo).
En los últimos tres meses he podido
evidenciar, casi a diario, por mensajes, videos, informes, entrevistas,
reportajes de medios internacionales y conversaciones con muy queridos amigos
nicaragüenses, la trágica escalada de una violencia represiva contra manifestantes. De diferentes fuentes se
presentan estadísticas dantescas de 350 muertos y más de 2000 heridos desde
abril del año en curso. Las palabras tortura, ejecución, represión armada, escuadrones
paramilitares y violación contra los derechos humanos se han vuelto argot
diario y muy común. Sólo en la manifestación del día de la madre en mayo, donde
centenares de miles de nicaragüenses se manifestaron pacíficamente, las
acciones violentas llevaron a la muerte de 15 personas y más de 150 heridos.
La pregunta inevitable es: ¿Que pasará ahora en Nicaragua? La débil (a
mi juicio) declaración de la OEA en los últimos días de solicitar a ambas
partes sentarse para buscar adelantar las elecciones para el próximo marzo 2019
parece no decir mucho para aquellos nicaragüenses que temen cada día por sus
vidas. La cobertura de medios internacionales y el tardío pronunciamiento de muchos
los gobiernos latinoamericanos, no ha ayudado mucho tampoco
Lo anterior me hace pensar en algo
aprendido en clase de un profesor. Forrest Colburn, uno de mis profesores
favoritos en mi maestría en el Incae, me enseñó una herramienta para entender científicamente
(y no con las pasiones contaminantes de
las ideologías trasnochadas) como funciona el ajedrez político en nuestros
países. Su herramienta era el Mapa Político,
con el cual aprendí como los jugadores de la arena política como ser: presidente
y partido en poder, fuerzas armadas, partidos de oposición, grupos antisistema,
iglesias, sociedad civil, embajada americana, organismos internacionales y
multilaterales deciden el balance y armonía de las débiles y poco
institucionalizadas democracias de nuestra región latinoamericana. Muy
vívidamente recuerdo talvez, su mayor enseñanza (por lo menos para mí) de dicho análisis, con la cual el profesor
aseveraba: “Un presidente o partido en el
poder puede enojar algunos jugadores en algún momento, pero cuando enoja a
todos al mismo tiempo está inexorablemente condenado a fracasar tarde o
temprano.”
En fin, no podía dejar de escribir estas líneas. He
visto como un país hermano sufre. Como mis queridos amigos, excompañeros de aula
y jóvenes estudiantes sufren a diario. He visto como el liderazgo de la Iglesia
Católica ha sido activo para defender a los que no se pueden defender por si
mismos. La violencia y el irrespeto a
los derechos humanos no es un tema de ideología o intereses económicos. La
muerte de un ser humano es inaceptable. La angustia y ansiedad aniquilan la
paz.
Pero la verdad es que me siento impotente de no poder
hacer nada concreto, real y útil. Lo único que tal vez puedo hacer, es escribir
unas cuantas líneas como éstas, elevar una oración con fé por un pronto
desenlace sin más derramamiento de sangre y hacer una reflexión profunda de que
lo que le pasa al país hermano hoy , le puede pasar a cualquier de nuestros
países desde México hasta a la Argentina
mañana, sino trabajamos en la institucionalización de nuestra democracia, combate
a la corrupción y lucha contra la pobreza.
No la violencia. Si a la paz en Nicaragua.
Jorge Manuel Zelaya Fajardo
www.jorgemanuelzelaya.com
Julio 19, 2018
Gracias por esa retroalimentación estimado Ing Zelaya sin duda alguna no hay justificación para ir en detrimento de la vida lastimosamente los intereses de pocos cegan la posibilidad de diálogo conciliador y retrasan aún más las esperanzas de vivir en paz y en plena convivencia social
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