Por Jorge Manuel Zelaya Fajardo
www.jorgemanuelzelaya.com
Julio 30, 2019
Me hubiese
gustado mucho ser escultor, pero no lo soy. Me hubiera fascinado tener el
talento de poder enfrentarme a una roca de mármol en bruto y hacer algo
precioso de ella, sin embargo, no tengo ese talento. Ahora bien, de todas las
esculturas hay una en particular de la cual estoy profundamente enamorado: La
Pietá (Piedad en español) de Michelangelo Buonarroti ( nacido el 6 marzo
1475 – fallecido el 18 febrero de
1564). Todavía no he podido identificar lo que la hace tan especial para mí:
no sabría decir si es la divinidad (
llena de juventud ) de María que en sus manos tiene a su hijo el Cristo muerto o es por la majestuosidad
inverosímil del trabajo en cincelado del mármol de Carrara. No sabría decir si
es por su armonía o por su absoluto enfoque en los detalles. Sin embargo, he
llegado a pensar que hay una conexión emocional que podría ser la razón de tan
profunda admiración de mi parte: Mis padres me heredaron una copia en miniatura
en yeso de la Pietá cuando tuvieron la oportunidad de verla personalmente en el
único viaje de la estatua fuera de la Basílica de San Pedro, cuando fue
trasladada en barco para la Feria Mundial de Nueva York en 1964. ( lugar
donde hoy día se levanta una placa conmemorativa en el Flushing Meadows Corona Park de Nueva
York.)
Sin embargo,
la finalidad principal de escribir estas líneas no es precisamente sobre la
obra de Miguel Ángel en sí, sino más bien lo que la obra podría representar
para cada uno de nosotros en nuestras vidas. Y la raíz de todo es la frase de
Miguel Ángel que no deja de rebotar en mi mente: “
Yo lo único que hice fue retirar el mármol de María y Jesús. Ellos ya estaban
ahí.”
Ese
pensamiento me ha retado. Y mi intención al respecto es atrevida, ya que
pretendo extrapolar a nuestra vida personal los tres elementos más importantes
de la escultura: el mármol, el cincel
y el escultor.
El mármol. ¿Qué tal si el mármol es la vida misma? La
suma de las decisiones, escogencias y proyectos. Nuestro camino desde el
nacimiento hasta la muerte. Nuestras obras en la vida personal y profesional.
El cincel. ¿Qué tal si el cincel
son las herramientas, destrezas, habilidades, conocimientos y competencias que
usamos para que la vida sea un proyecto valioso para nosotros y los demás?
El escultor. ¿Qué tal si el escultor
de la nuestra propia vida somos nosotros mismos? En lo
personal, creo que aquí es donde radica la verdadera magia de la escultura
llamada vida. El joven Miguel Ángel de 24 años fue el autor responsable de la
obra dándonos una lección de que todos podemos esculpir una obra maestra de la
vida que nos ha tocado vivir.
Nuestro nacimiento es el minuto cero donde
se nos entrega el mármol. Desde nuestro primer aprendizaje natural dan inicio
una serie de experiencias diarias para aprender informal y formalmente, en la
familia y en aula, en las buenas y en las malas. Pero el creador de la obra es
el escultor. Sin lugar a dudas, nuestra vida es una escultura de la cual somos
los responsables de esculpir una obra de arte aun con todas las limitaciones propias
y externas; logros y fracasos; desventuras y festejos.
Ahora bien, el mensaje aún más importante
de todo esto radica en algo más bien simple. Si la majestuosa Pietá de Miguel Ángel
estuviese guardada en un lugar cerrado donde nadie se beneficiaría de su
belleza al disfrutar de ella, la obra no sería TAN importante y especial. Lo
mismo aplica para nuestra vida. Una vida esculpida que no sirve a otros de
inspiración, de aprendizaje, de apoyo, de servicio y de amor puro … pierde su sentido más básico
de existencia. Es una escultura que nadie disfruta.
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